La supervisión es
una de esas palabras muy injustamente maltratadas, en gran medida por
ignorancia o malas experiencias. Cuando tenemos personas a nuestro cargo
ya sean estudiantes o trabajadores tenemos la obligación de supervisarlos. Hay
gente que cree que la supervisión y la confianza son incompatibles. Yo creo que
no. Son y deben ser complementarias.
Desde el momento
que ofrezco un contrato de trabajo a un candidato le estoy dando mi máxima
confianza. Confianza que tendrá que demostrar que se merece. Pero el hecho de
confiar en alguien no significa que no requiera supervisión o que se esté
desconfiando de él. También mucha gente cree que supervisar significa ordenar, decir lo que hay que hacer
pero no es así. Supervisar significa ejercer la inspección
superior en trabajos realizados por otros, es decir, asegurarnos de que las
cosas se están haciendo como se había acordado o como se esperaba.
Para mí la
supervisión es como asegurarme de que estoy en la carretera correcta y en el
sentido correcto cuando voy de viaje. Para ello necesito una ruta que seguir
con un destino. En el camino necesito letreros que me indiquen dónde estoy.
También tengo que hacer un alto en el camino para repostar, descansar y comer
algo. La supervisión en el trabajo es algo similar, es simplemente leer el mapa
y ver que nos acercamos a nuestro objetivo y algo muy importante: disfrutando
del viaje.
Muchos estudios
demuestran que la
calidad de la supervisión tiene un impacto directo en la motivación de las
personas. Por lo que si queremos que nuestros trabajadores estén motivados
tendremos que evaluar qué supervisión están recibiendo o, en primer lugar, si
están recibiendo supervisión alguna, ya que, la falta de supervisión es un factor
que va en detrimento de la motivación. Ya no solo las teorías, sino mi propia
experiencia también, me confirma la importancia que la supervisión tiene
en los empleados. Para que sea posible supervisar a alguien tiene que haber
unos objetivos y un plan de trabajo. El trabajador tiene que tener claro cuál
es su papel, qué es lo que se espera de él y la forma de llevar a cabo ese
trabajo. Solo de esta forma se podrá supervisar su trabajo. En algún momento he
tenido trabajadores que no sabían muy bien cuál era su trabajo ya que se
encontraban en período de cambio y sus responsabilidades y tareas estaban
sufriendo una transformación. Esta sensación de no saber qué es lo que se
espera de mí no debe durar mucho ya que de lo contrario el trabajador puede que
se sienta sin un camino claro que seguir y esto le lleve a la frustración y desmotivación.
El objetivo de la
persona encargada de supervisar el trabajo de los demás consiste básicamente en
ver si esta persona tiene claro lo que se espera de ella, si su trabajo le está
acercando a sus objetivos, si cuenta con los recursos y formación necesarias,
si está motivada y si tiene cualquier obstáculo en el camino que le impida
seguir adelante. También tendrá que asegurarse de que esta persona recibe el
reconocimiento que merece por sus logros así como las recompensas que merezca
si fuera el caso. Estas recompensas podrían ir desde un ascenso, un incentivo
económico o tiempo libre. Puede ayudar tener una lista de lo que la persona
a la que superviso necesita de mí.
Para que la
supervisión sea de la mayor calidad posible y el impacto motivador máximo es
aconsejable que sea el propio empleado el que se auto-evalúe ya que de esa
forma, estará más implicado en ese proceso y aceptará mejor los resultados. Es
más motivador que sea yo mismo el que me dé cuenta de cómo estoy haciendo mi
trabajo a que me lo diga mi jefe ya que esa situación muchas veces crea
confrontación y malestar.
Para ello, la persona que evalúa puede utilizar
cuestionarios o checklists para que sean los empleados los que vean qué están
haciendo bien y qué aspectos pueden y deben corregir. El trabajador puede
comparar su actuación con la descripción de su trabajo y ver dónde divergen. En
caso de tener que corregir algún aspecto, es importante dar a la persona
supervisada la oportunidad de sugerir ella misma un plan de desarrollo personal
con nuestra ayuda. Para ello es fundamental que sea el trabajador el que
reflexione sobre su actuación e investigue posibles cambios y mejoras. La
evaluación debe ser periódica y continua de forma que sirva como estructura de
trabajo pero que dé suficiente espacio al trabajador para desempeñar sus tareas
de forma independiente y creativa.
Veo casos en
empresas donde los trabajadores no tienen ningún tipo de supervisión sino
que simplemente se les juzga, normalmente cuando algo va mal.
Evaluar y juzgar son muy diferentes.
Juzgar a un trabajador es muy desmotivador y poco productivo. Juzgar se
entiende como deliberar acerca de la culpabilidad de alguien, o de
la razón que le asiste en un asunto, y sentenciar lo procedente. Y también formar opinión sobre algo o alguien.
Creo que muchos supervisores juzgan en vez de supervisar. Para evitar
juzgar a las personas que tenemos a nuestro cargo es aconsejable ser lo más
objetivos y concretos posibles y evaluar la actuación de la persona y no a la
persona en sí. Por ello, es mejor evitar conversaciones que incluyan frases
como “es una persona conflictiva” o “no le interesa su trabajo” y traducirlas
por otras del tipo “parece que su inteligencia social y habilidades
interpersonales no están muy desarrolladas” o “no participa en las reuniones
del departamento”. Estos últimos planteamientos son menos probable que
hieran la sensibilidad de la persona en cuestión y abren puertas a la mejora.
En cualquier
caso, al tratarse de personas, la comunicación es siempre esencial ya que sin
comunicación estaremos andando en una habitación a oscuras y tarde o temprano
nos chocaremos contra la pared. Supervisar requiere tiempo, esfuerzo y personal
preparado. Es muy fácil encontrar excusas para no supervisar del tipo "mi
empresa es demasiado grande" o "ellos ya saben lo que tienen que
hacer". Son opciones, pero cuando alguien construya mi casa o mi coche,
por favor, que haya alguien supervisando el trabajo de esas personas.
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