Recientemente he leído un artículo con el titular ¿El fin de la clase magistral? y me gustaría hacer mi propia reflexión al
respecto ya que he sufrido estas clases magistrales y sus consecuencias. Cuando oigo clase
magistral me viene a la cabeza esta imagen:
Algo pesado,
grande, poco dinámico, extinguido. Tuvo su gran momento, sí, pero, por mucho que nos pese, pasó a la historia. Sin embargo, así como los
dinosaurios sí se extinguieron, la clase magistral sigue viva y es parte de
nuestro sistema educativo a pesar de que para algunos nos pueda parecer un
anacronismo. En un tiempo donde
el acceso a la información es enorme y contamos con medios técnicos sofisticados
al alcance de la gran mayoría seguimos con un modelo de enseñanza que sitúa a
una persona como fuente de información a través de los canales tradicionales como
son la palabra. Yo distinguiría entre discurso, conversación, diálogo y ... clase. Todas tienen en común la palabra pero cada contexto requiere una forma de comunicación e interacción diferente.
Afortunadamente hoy en día, la clase magistral suele ir
acompañada de soporte visual en forma de presentaciones que puede favorecer
este discurso si ambas se acompañan de forma sincronizada.
Pero, ¿qué podemos
objetar a este tipo de enseñanza?
En primer lugar la
desconexión y desencuentro entre los hábitos de los estudiantes y la realidad
en el aula. La gran mayoría de los estudiantes en estas clases magistrales son
usuarios de tecnología a través de la cual buscan información, resuelven dudas,
solucionan sus necesidades diarias, se comunican con sus círculos de amistades,
familiares, compañeros de clase o de trabajo. El estudiante hoy en día tiene un
papel activo en la búsqueda de información así como a la hora de relacionarse
con su entorno. Sin embargo, la clase magistral le pone en un rol pasivo con la
consiguiente frustración que esto puede conllevar.
Quizá se pueda
introducir en la clase magistral algún momento donde sean los propios estudiantes
los que aporten la información necesaria para estudiar el tema en cuestión. Esa
búsqueda sería dirigida por el profesor magistral. Esta participación haría que
los estudiantes se involucraran más en la clase y siguieran mejor el hilo
argumental favoreciendo el proceso de aprendizaje. Otra consecuencia muy
importante sería el aumento de su autoestima al sentirse partícipe de la
impartición de la clase.
Otro aspecto a
tener en cuenta es el nivel de energía que suele ir acompañado a una clase
magistral. Se suele empezar en el mismo nivel que se termina y se mantiene a lo
largo de toda la sesión. Esta línea continua no favorece la comprensión de
los contenidos y por lo tanto su aprendizaje.
Quizá la clase
magistral podría abrir con una corta fase de conexión entre los estudiantes y el
contenido a tratar. Esta conexión entre los participantes favorece el
sentimiento de pertenencia, aumentando la autoestima lo que favorece la
participación. La conexión con el contenido es esencial también. En vez de
entrar en el tema a fondo desde un primer momento sería interesante hacer una
aproximación inicial. Si esta clase magistral forma parte de una serie de
clases sería interesante ayudar a los estudiantes a ubicarse en el tema en
cuestión. Esto se podría hacer, de una forma sencilla, pidiendo a los
participantes que paseen por el aula y compartan con sus compañeros la idea más
importante que recuerdan de la(s) clase(s) anterior(es). Este tipo de actividad
favorece la conexión entre los participantes así como con el tema en cuestión.
Si la clase no ha tenido una clase previa se podría poner un titular en la
pizarra y algunas palabras claves pertenecientes al tema para sonsacar ideas de
los participantes y de alguna forma anticiparse a los contenidos. Estas
sencillas actividades aumentan el nivel de interés entre los participantes y
preparan el cerebro para asimilar la información que recibirán a lo largo de la
sesión.
Para finalizar una
clase magistral interesa plantearse la
posibilidad de terminar con un nivel de energía mayor al que se puede mantener
a lo largo de la sesión. Estos minutos finales de mayor euforia favorecen la
memoria, y por tanto el aprendizaje, al terminar en un estado emocional
positivo y activo. Para conseguirlo se puede pedir a los estudiantes que
enumeren las ideas más importantes que han sacado de la clase magistral
intentando que se superen los unos a los otros. Este elemento de competición sin rivalidad anima a la participación e introduce un elemento
lúdico que aumenta la sensación de disfrute y logro.
Durante la clase es
interesante también tener en cuenta al nivel de energía y romper esa línea
continua que se puede producir. Cuando el profesor o ponente pregunta a los
estudiantes si están siguiendo la clase, si están bien es un síntoma de que
posiblemente ese nivel de energía se haya perdido. Para evitar esto el profesor
puede integrar a lo largo del discurso momentos de trabajo en parejas o
pequeños grupos. Esta ruptura de dinámica permite que el cerebro se relaje y
cambie su forma de trabajar y procesar la información evitando que se canse y desconecte.
También
se pueden introducir diferentes elementos como tarjetas, láminas, música,
vídeos, objetos u otros utensilios. Esta variedad de recursos permite, además
de romper el discurso y el nivel de energía, poner a disposición de los
estudiantes diferentes formas de aprendizaje. Está demostrado que hay tres
perfiles de estudiantes mayoritarios: los que aprenden a través de sonidos (auditivo),
imágenes (visual) y objetos (kinestético). La clase magistral favorecen en gran
medida al perfil auditivo dejando a los perfiles visuales y kinestéticos en una
situación menos favorable para el aprendizaje.
Conclusiones
Mi experiencia es
que el aprendizaje lo hacemos nosotros mismos y para ello debemos tener un
papel activo y ser partícipes de ese proceso. La clase magistral no favorece
esa activación sin la cual las palabras pueden ser llevadas por el viento muy
fácilmente. Para ser lo que pretenden que seamos debemos recibir una educación en consecuencia.
La clase magistral
pone en el centro al profesor cuando la realidad es que somos nosotros mismos el centro de nuestro proceso de aprendizaje.
Efectivamente Borja, todo lo expuesto nos invita a cuestionar el escenario en el que nos movemos, y especialmente los modos con los que transitamos por él, donde si Fray Luis de León se levantara de su tumba, podría nuevamente reproducir su famosa frase " Como decíamos ayer..". y, lamentablemente no sería anacrónica.
ResponderEliminar